ALFONSO COMÍN
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No el poder, sino la humildad.

No la diversión, sino la conversión.

No el camino fácil, sino la vía estrecha.

No la tristeza, sino la alegría.

No la burla, sino el humor.

No el moralismo, sino la moral.

No la violencia, sino la mansedumbre.

No el cuerpo o el espíritu, sino el cuerpo y el espíritu.

No la voluntad o la gracia, sino la voluntad y la gracia.

No el racionalismo, sino el misterio.

No la mediocridad, sino la santidad.

No la introspección, sino la contemplación.

No la riqueza, sino la pobreza.

No juzgar, sino comprender.

No el purismo, sino la inocencia.

No el rencor, sino el perdón.

No las tinieblas, sino la luz.

No el pesimismo, sino la oscuridad.

No el día o la noche, sino el día y la noche.

No el dogmatismo, sino el dogma.

No la uniformidad, sino la diversidad.

No la guerra, sino la paz.

No el «mal menor», sino el «bien de todos».

No la interpretación, sino la Palabra.

No la retaguardia, sino la avanzada.

No la «prudencia», sino la caridad.

No el abuso de bienes, sino el uso de bienes.

No la agitación, sino el silencio.

No la asunción ciega, sino la obediencia
consciente.

No la feria, sino el desierto.

No la picardía, sino la simplicidad.

No enfrentar, sino confrontar.

No el fanatismo, sino la fe.

No la seguridad, sino el riesgo.

No el tigre, sino la paloma.

No la opresión, sino la libertad.

No el dictado, sino la iniciativa.

No el Hombre, sino el hombre.

No dios, sino Dios.

No la letra, sino el espíritu.

No la fugacidad, sino el signo.

No el primer lugar, sino el último.

No la sentencia, sino la misericordia.

No el tratado, sino la poesía.

No las cosas, sino la cifra de las cosas.

No el bullicio, sino la soledad.

No la soledad o la solidaridad, sino la solidaridad en la soledad.

No el egocentrismo, sino el humanismo.

No la protesta, sino la aceptación.

No el coche, sino la cruz,

No la instauración, sino la persecución.

No la Institución o el Espíritu, sino la Institución con su Espíritu.

No la Iglesia instalada, sino la Iglesia perseguida.

No el absurdo, sino el misterio.

No la separación, sino la comunicación.

No mi voluntad, sino la voluntad del Padre.

No el refinamiento, sino el pan.

No el odio o la contemplación de uno mismo, sino el olvido de sí mismo.

No el «nirvana», sino la contemplación.

No la acción o la contemplación, sino la acción y la contemplación.

No yo, sino el Cuerpo Místico.

No la autosuficiencia, sino la colaboración.

No el acomodo en la verdad, sino la búsqueda de la Verdad.

No el oro, sino la piedra.

No el desarraigo, sino el enraizamiento.

No el desprecio o el odio, sino el amor.

No la desesperación, sino la esperanza.

No el egoísmo, sino la dedicación.

No la cerrazón, sino la apertura.

No la fuerza del rico, sino la debilidad del pobre.

No la evasión, sino la participación.

No el individualismo, sino la comunión.

No el fin o los medios, sino el fin y los medios.

No el mal, sino el bien.

No el Príncipe de este mundo, sino el Creador de este mundo.

No la casuística, sino la parábola.

No el desprecio, sino la compasión.

No la magia, sino el sacerdocio.

No «mi Iglesia», sino la Iglesia.

No la huida, sino la presencia.

No el esquema, sino la realidad.

No la desconfianza, sino la confianza.

No la disipación, sino el sufrimiento.

No la publicidad, sino el testimonio.

No el banco, sino el tajo.

No el molde, sino la levadura.

No el resorte, sino la mano en el arado.

Alfonso Comín


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